domingo, 7 de junio de 2015

El (falso) flautista de Hamelín. Adaptación libre de la obra de los Hermanos Grim "El flautista de Hamelín.

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Hace ya algunos años en un próspero país, sucedió algo muy extraño: 
Una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas, después de que un 14 de marzo ganara las elecciones un malvado villano, encontraron las calles invadidas por miles y miles de ratas que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables, el grano de sus repletos graneros y la comida de sus bien provistas despensas.



        Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquietante plaga. La mayoría del país "mirando el dedo que señalaba la luna" se quedaban con la versión de lo que las ratas de la justicia y de la policía les dijeron del atentado que se cometió un 11 de marzo 

       De tal manera que la cantidad de ratas iba incrementándose y crecía y crecía y lo inundaba todo, un rata con toga arrastrando una medalla por sus servicios. Un policía con manzanas que llenaba de heces las calles y los vagones de los trenes explosionados... Así; día tras día, se enseñoreaban de las calles y de las casas, construyendo túneles hasta llegar a los teléfonos y al ordenador, al que llamaron SITEL y unos pequeños ojos rojos de uno de los jefes llamado RuGALrata nos observaba a todos... ¡Hasta los mismos gatos huían asustados!  

       Así que, como cabía esperar, infectaron de rabia todo el país; los unos enfrentados con los otros. 

        Los moradores de tan grande nación, a medida que perdían toda la riqueza acumulada, empezaron a insultarse los unos a los otros. Subieron los impuestos para sufragar viajes de ratas góticas, de mariscadas, de negocios imposibles, de asociaciones de "compi-ratas" y cada vez necesitaban más y más dinero para sufragar todo el gasto de unas asociación de lesbianas africanas, de sociedades ficticias que crecían al amparo de que la mayoría de los pobladores seguían mirando el dedo que señalaba la luna... Hasta que, arruinado el país, sin comida, sin ilusiones y sin nada, con las ropas roídas y llenas de suciedad, determinaron una solución, "Daremos todos nuestros votos a quien pueda librarnos de toda estas ratas".
     

  Al poco se presentó ante ellos un flautista taciturno, alto y desgarbado, a quien nadie había prestado demasiada atención antes, y les dijo: "Si me dais la recompensa. Al día siguiente no quedará ni una sola rata en Hamelín". Bajaré los impuestos, desalojaré de los puestos a toda rata que ha manchado el nombre del reino. Meteré en prisión a quienes les hayan ayudado. Jamás negociaré con terroristas. Mi casa será siempre la casa de las víctimas que han sido vejadas. Y volverá a ser el reino feliz que fue. 

Y así fue, como confiaron en él, los ciudadanos y sin la menor duda fueron a las urnas y le dieron su confianza. Renacía la esperanza de volver al puesto que ocupó. De esta forma, tuvo la recompensa: Obtuvo ¡mayoría absoluta!, para desenredar el entuerto. Limpiaría las calles de maleantes y ratas y los puestos de gobierno lo ocuparían gente de confianza.

   Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta y una maravillosa melodía que iba encantando a la mayoría de los ciudadanos y no a las ratas. Éstas lejos de salir huyendo se quedaban. Y si eso no fuera poco, empezaron a llegar ratas de otros lugares, llenó su propio palacio de más ratas, aunque estas no iban tan desaliñadas y encantaba a la gente por sus sonrisas. 

  Subía los impuestos, más aún de lo que ya estaban. Y, la ciudadanía seguían escuchando su melodía. Gracias a él, añadió al país, por si no tuviera bastante con su traición y su vileza, ratas de otros colores, envueltas en la bandera arco iris, envueltas en banderas moradas y llena de piojos.


    Los hamelineses, al ver que las hordas de las voraces tropas de ratas seguían engordando en riquezas y ellos paralelamente más hambrientos y con menos recursos, unos lloraban por las esquinas, otros infectados por la rabia echaban espuma por la boca y algunos encantados todavía por la musiquilla del falso flautista. 

     Pero ya nadie estaba tranquilo por el futuro. Se  avivaba el fuego del independentismo, los criminales Bolirratas poblaban las calles dejando vacía las cárceles de las peores de ellas. Volvieron los insultos a las víctimas.

    La violencia contra los que no escuchaban la música del falso y traidor aniquilador de ratas eran insultados, al igual que las víctimas de las Bolirratas que no querían migajas... 

   
      Pero ahí no acabó todo. El flautista junto con sus FEMENhordas de ratas, lejos de acabar con la matanza de los inocentes, procuró que aumentara y aumentara. Augurando que los espacios de parques para columpios o donde jugar al fútbol, se llenara de perros recogidos y adoptados, dando paso a lo que llaman la "civilización" para unos liberal y para otros progresista, pero civilización, al fin y al cabo. 

    El cuento continúa, el del falso flautista de Hamelín, soplando cancioncillas que, ya menos, pero que aún sigue encantando a los de mirar el dedo. Procurando que los que vemos la luna, no nos hagan callar los PPratas, Sociarratas, Poderratas y demás politirratas de muchos colores. 

    En Hamelín, crece la mierda entre las calles y lo peor de ello, parece que la mayoría, ha terminado creyendo que los roedores inmundos han vivido siempre aquí.

    Y colorín colorado este cuento aún no ha acabado